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Un motivo para sonreír a la vida



Dicen que, en los momentos más difíciles, es cuando realmente encontramos nuestra verdadera fortaleza.

Gaby encontró aquella que la ayudo a luchar y no rendirse.





Escribe Rodrigo Rivera 


Gaby Cornejo sufrió de acoso escolar desde muy pequeña. En una edad donde otros recibían sonrisas, ella recibía golpes.


En sus colegios de primaria fue maltratada de incontables maneras. Tenía ocho años cuando un compañero la empujó y le produjo un corte muy profundo en la nuca. Lloró como nunca. Cuando cayó, un clavo pequeño muy filudo se le incrustó. La llevaron a un hospital de inmediato, aún sigue teniendo la cicatriz de aquella herida que por mucho tiempo trato de ocultar.


—¿Cómo recuerdas tu infancia, Gaby?


—Triste, de pequeña nunca pude relacionarme con otros. Tenía mucho miedo de no ser lo suficientemente buena para ellos. 

Gaby a sus 7 años antes del accidente con sus compañeros


Gaby sufrió mucho. Sus compañeros se burlaban de ella por su tamaño y su color de piel. Se sintió muy aislada y estar tan sola con sus pensamientos le trajeron malas decisiones.


Su paso por la secundaria no fue muy diferente. “Me sentía sola, pensaba que tenía la culpa de merecer ser odiada, de no ser querida e intenté quitarme la vida a mis 11 años, tomando una gran cantidad de pastillas. Ya no quería vivir, no así”, me cuenta.


Pero Gaby se detuvo. Sabía que de una decisión así no volvería. Pensó en su familia entre lágrimas, pero más en sus dos hermanitos, ¿qué iba ser de ellos?


Gaby no pudo evitar recordar en ese instante los momentos lindos que compartía a diario con su mamita Juana, su abuela. Ella era su mejor amiga, su confidente y su todo. Lamentablemente, su abuelita enfermó de cáncer.


Fue entonces que doña Juana se vio en la obligación de ir rumbo a la capital en busca de un mejor tratamiento, alejándose de su natal Huacho. Doña Juana fue siempre muy resiliente y trabajadora. A veces, era malhumorada, pero siempre paciente.


Al llegar a la capital, el bullicio y la prisa de Lima la abrumaron un poco. Sin embargo, su determinación no cambió y enfrentándose a diversas pruebas y tratamientos cada mes, no se dio por vencida. Doña Juana era una mujer de fe, y sabía que cada paso que daba la acercaba a ver a Gaby otra vez.

Gaby de 2 añitos junto a su abuelita Juana cuando vivían en Huacho


A sus 15 años, Gaby descubrió el mundo de las letras y el arte que su abuela le contaba de niña. Era un lugar nuevo que ella empezó a amar. La cautivaron los libros de Mario Vargas Llosa y los versos de Neruda.


Gracias a los libros su vida fue cambiando poco a poco. Soñaba con ser escritora y se decidió a postular a la carrera de Literatura. Gaby siempre fue una buena estudiante, los libros la hicieron más habilidosa y observadora, cualidades que sus padres no deseaban desaprovechar obligándola rotundamente a postular a la carrera de Medicina.


Gaby leyendo el libro de Markus Zusak llamada "Ladrona de libros"


Diversas academias fueron dueñas de sus tardes y compañeras de sus noches. Al recordar a su abuelita, no podía evitar romper en llanto. Doña Juana empeoraba cada vez más y se hizo más débil con el pasar del tiempo. Fue en aquel momento en que Gaby tomó una decisión: ir a cuidarla a la capital.


Huyó de casa, pero antes se despidió de sus hermanos y les prometió volver. Llegar a la capital sería algo impensado para ella. En pandemia, a sus 20 años, tuvo que afrontar esta difícil situación junto a su abuelita. El cáncer arrugó sus manos, entristeció su mirada y cada cierto tiempo se robaba sus cabellos. Sin embargo, Gaby no se rindió y bajo su calor la cuidó con tanto amor como el primer día.


Y fue con la ayuda de su abuelita que encontró su verdadera vocación. Escogió la carrera de Derecho, pues deseaba defender a los que no eran escuchados y hacer ver que la justicia se podía encontrar en las buenas acciones tal como su abuelita siempre le enseñó. Así que inspirada, apostó todo por la Universidad Privada del Norte.


Su rutina siguió intacta, estudiar y cuidar a su mamita, pero ella ya no mejoró. Aquel día de la muerte de su abuelita, Gaby tuvo un horario muy tarde. El destino le dio muchos imprevistos, y solo una hora la separó de verla en sus últimos momentos antes de caer en un sueño sin retorno.


—Ya no quería vivir, me sentía sola y sin salida, quería quitarme la vida.

—¿Y qué te hizo cambiar?

—Conocí a Rodrigo, él me cuidó y me escuchó. Pero antes de amarlo, aprendí a quererme a mí.


Gaby y Rodrigo Gonzales juntos tiempo despues de comenzar su relación


Rodrigo González, se convirtió en su salvavidas. Y fue el que calmó aquellos pensamientos que de ira y tristeza la habían atormentado por mucho tiempo.


Gaby tenía miedo a confiar en los demás y a ser lastimada, pero se dio una oportunidad y fue tan paciente como cuando cuidaba a su mamita. Ella es la razón por la que cambió. Volvió a visitar a sus padres. Sus hermanitos la abrazaron como nunca y ella prometió visitarlos más seguido.


Gaby y Rodrigo en su primer año de novios


Gaby a sus 22 años sonríe más a menudo, al sentir su corazón lleno y tranquilo. Está por pasar al tercer año de sus estudios, ahora tiene un trabajo de medio tiempo en un gran almacén de ropa en el supermercado Metro de Breña. Algo me dice, que ya pudo encontrar esa paz que tanto buscaba, pues su mamita nunca la dejará de acompañar en cualquier lugar que vaya.


Gaby a sus 22 años (año actual)

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